26.12.16

ciudad, herencia y revolución


El filósofo y político veneciano Massimo Cacciari dice que “en el término latino civitas se manifiesta su procedencia a partir del civis, el ciudadano, y los cives, los ciudadanos, forman un conjunto de personas que se reúnen para dar vida a una ciudad.” En cambio, continúa, “en griego la relación es totalmente inversa, porque el término fundamental es polis, y el derivado es polites, el ciudadano.” Según Cacciari, pues, la diferencia es esencial: la ciudad romana es formada por los ciudadanos —y por tanto la segunda diferencia con la urbe—, mientras que la polis griega es la que da forma a sus ciudadanos. El filósofo e historiador francés Jean Pierre Vernant, explica en su libro Los orígenes del pensamiento griego cómo “la aparición de la polis constituye, en la historia del pensamiento griego, un acontecimiento decisivo” en el que “la vida social y las relaciones entre los hombres adquieren una forma nueva.” Por su parte, el filósofo de origen griego Cornelius Castoriadis escribió:
¿Los politai griegos crearon la polis o fue ésta la que creó a los politai? Esta es una pregunta sin sentido, precisamente porque la polis sólo pudo haber sido creada por la acción de seres humanos que, del mismo modo, se transformaban a sí mismos en politai.
Cornelius Castoriadis nació en Constantinopla el 11 de marzo d e1922. A los trece años se interesó en la filosofía marxista y a los quince se unió a la Liga Juvenil del Partido Comunista griego, aunque luego tomó distancia de ese partido. Después de recibirse en la Universidad de Atenas, Castoriadis emigró a Francia a finales de los años cuarenta para quedarse definitivamente en ese país. Entre sus muchos libros, uno de los fundamentales fue La institución imaginaria de la sociedad, en el que desarrolla la idea de que una sociedad, sus leyes, sus instituciones y sus formas fundamentales de organizarse son un producto de la imaginación colectiva, una auto-producción (auto-poiesis) de lo social. Las sociedades tradicionales tienden a imaginar intermediarios entre esas instituciones y ellas mismas, como si fueran impuestas desde fuera —lo que Castoriadis llama sociedades heterónomas— mientras que las sociedades modernas asumen su papel como origen de sus propias instituciones sociales: son autónomas. La autonomía es, para Castoriadis, condición de lo político. En su ensayo Herencia y revolución, Castoriadis dice que por política entiende “la actividad colectiva lúcida y reflexiva que busca la institución misma de la sociedad” —Peter Sloterdijk, comentando a Castoriadis, dirá que se trata de una forma de auto-hipnosis colectiva. La política, explica Castoriadis, “es un momento en la expresión del proyecto de autonomía: no acepta pasiva y ciegamente lo que está ahí, lo que ha sido instituido, sino que lo cuestiona” y agrega que filosofía y política son expresiones inseparables de ese proyecto.

De vuelta al ciudadano, Castoriadis dice que el politai griego o el burgués europeo “no buscan cambiar las instituciones simplemente para demostrar que son capaces de hacerlo,” sino que tratan de hacer posible un estado de las cosas que permita tanto la realización social como la autonomía individual. Eso porque “cada institución social busca perpetuarse,” por lo que asumir el cambio per se no tiene sentido ni viabilidad. Al mismo tiempo, las instituciones deben permitir un grado de alteración. Castoriadis pone como ejemplo el lenguaje: cada día varios cambios anónimos e imposibles de seguir se introducen en las lenguas que hablamos, sin embargo mantienen su estructura básica en su mayor parte, pues de no hacerlo perderían su capacidad de hacer sentido y comunicar.


Lo mismo, hasta cierto punto, se podría decir de la ciudad: no se puede transformar totalmente. Castoriadis dice que la idea de una revolución total, de la creación de un orden social desde cero, es absurda. “En la más radical revolución que podamos imaginar, los elementos de la vida social que permanecen sin alterarse son mucho más numerosos que los que pueden cambiarse: lenguaje, edificios, herramientas, maneras de comportarse o de hacer y, lo más importante, pesadas partes de la estructura sociofísica de los seres humanos.” Para Castoriadis, la revolución no es un asunto individual sino que implica la manera como podamos imaginar lo social a partir de las condiciones existentes y “más allá de las llamadas posibilidades del presente, que al fascinarnos sólo generan repetición, debemos, sin abandonar el juicio, atrevernos a desear el futuro —no cualquier futuro: no un plano, sino lo imprevisible, el despliegue siembre creativo de formaciones en las que podemos participar, trabajando y luchando, a favor o en contra.” Así en la política y así en la ciudad.

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